lunes, 7 de mayo de 2007

La democracia mexicana y su relevo generacional

La democracia se ha convertido en un producto de moda, un ícono indisplensable como lo fue la etiqueta "intel inside" o "bajo en grasas". Nadie quiere lanzar a su candidato, partido u organización social sin el "sello de garantía" de ser democrático.
¿Pero realmente entendemos lo que es la democracia?.
Me gustaría comenzar planteando una pregunta, ¿la democracia sirve para que lleguen al gobierno los mejores individuos? o ¿para minimizar los daños ante la eventualidad de que lleguen los "no tan buenos"?.
Si la respuesta a la primera pregunta fuera positiva el fin último de la democracia (aristocracia de hecho) sería imponer controles lo suficientemente estrictos como para garantizar la llegada de los mejores individuos a los puestos del gobierno, una especie de eugenesia política. Pero no sólo eso, debería ser capaz de seguir generando personas capaces de cumplir las altas exigencias de los futuros gobernantes. ¿No suena mal verdad?.
Sin embargo la llegada de esta aristocracia funcional tiene al menos dos grandes obstáculos.
El primero es de índole institucional , si realmente los mecanismos de selección de gobernantes (o candidatos para serlo) garantizara la llegada de los mejores individuos no sería necesaria ninguna institución perdurable. Los individuos quedarían por encima de las instituciones, el presidente en turno, por ejemplo, sería capaz de organizar elecciones limpias, planear la educación y combatir la pobreza sin la necesidad de recurrir a formas administrativas impersonales de mediano y largo plazo. En esas circunstancias la propia figura del gobernante sería garante de la eficiencia de sus actos.
Tampoco sería necesaria la transparencia o la rendición de cuentas, mucho menos la revocación de mandato o figuras similares ya que terminarían negando la propia naturaleza del sistema aristocrático.
El segundo es de caracter ético. ¿Quién determinaría quienes son los mejores?¿Bajo qué criterios?.
Aunque parezca meramente hipotético el sistema semiaristocrático antes descrito sigue siendo el más popular en la clase política mexicana.
Por eso las campañas a cualquier puesto de elección popular suelen tener tintes evangélicos.
Cada uno de los "iluminados" aspirantes se esmera en "educar" a la población para que pueda distinguir entre la bondad (invariablemente encarnada por él o ella) y la maldad (que alcanza expresiones demoniacas en sus adversarios). Los programas de gobierno y el desarrollo institucional pasan a segundo plano. Nuestra clase política busca en la victoria electoral la fuente de santidad irreal de los reyes.
Se puede decir en su descargo que la mayor parte de ellos y ellas pertenecen a una generación que veneraba a los gobernantes en turno como los mexicas a su tlatoani, muchos seguramente extrañan con nostalgia la época en que el presidente tenía la fama y respeto de un rockstar o estrella de futbol modernos.
Tal vez por eso sus campañas sean aburridamente egocéntricas, mesiánicas y de poco contenido.
Por eso urge renovar la política. Es hora de que entren en ella personas que conciban a la democracia como lo que es, un sistema modesto pero eficiente, que privilegia la fortaleza institucional sobre el glamour del culto al líder, que debe estar diseñado para evitar el colapso violento de la sociedad aunque con él llegara el "paraíso proletario".
La democracia no es un auto convertible estacionado para exhibir a un gobernante, es un austero compacto pero avanza constante, sin el freno de mano que les gusta activar a los dictadores. ¿Alguien se sube?.

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